Campamentos, trabajos de invierno y de verano, participación en el Movimiento Eucarístico Juvenil (MEJ), entre otros. Estos son los primeros recuerdos que evoca Ruth Saavedra, encargada del Área de Personas de las fundaciones Loyola y Larraín, al rememorar su paso entre 6° Básico y IV° Medio por el Colegio San Alberto (Fe y Alegría), ex Colegio Francisco de Borja Echeverría.
«El colegio siempre estuvo ligado a los jesuitas. Estando dentro del él descubrí el espacio pastoral que fue lo que me ‘enganchó’, porque sentía que esos eran mis momentos para pasar mi tiempo libre. Por ese lado empecé a encontrarle sentido no solo al colegio, sino que a mi lado espiritual y así también fui descubriendo mi sentido social», propone esta ingeniera comercial titulada de la UTEM.
Pero el tiempo fue pasado. Así, poco a poco, ya no fue Ruth en su rol de estudiante quien participaba de las experiencias propuestas por el colegio, sino que, paralelamente a sus estudios universitarios esa veta social continuó y eso la llevó a golpear las puertas de la parroquia de su barrio para para incorporarse a la pastoral juvenil. «Posteriormente, se me dio la oportunidad de participar en Fe y Alegría, y empecé a hacer voluntariado en el área de pastoral. Ahí empecé a pensar que sería genial tener la posibilidad de desarrollarme profesionalmente allí», reconoce.
Ese pensamiento comenzó a inquietarla al finalizar su carrera y al entrar a trabajar a una empresa. Al tiempo, le ofrecieron un puesto en la REI. «Sentía que ese era el momento. Empecé en septiembre del 2011 y a inicios del 2012 hubo cambio de administración en la REI y ahí me ofrecieron cambiarme al área de administración de las fundaciones Loyola y Larraín».
Hoy Ruth mira su camino recorrido y reflexiona que no es necesario ser profesor ni asistente social para ponerse al servicio de los demás. «En las fundaciones, yo no solo redacto un documento. Estoy trabajando para un otro, en un lugar donde todos queremos que la educación sea mejor. Desde una mirada más integral, diría que, si bien para mí tiene importancia lo espiritual, siento que la forma de transmitirlo es, por ejemplo, dándole importancia a la generosidad o al valor del trabajo que hace el otro. Además, trabajar en educación en sectores vulnerables, mismo lugar donde me eduqué, me hace ejercer el trabajo con especial cariño y dedicación, y me permite confiar en que todos nuestros niños y jóvenes sí pueden soñar y salir adelante», dice.
La profesional advierte que su expectativa es siempre estar en un espacio laboral cómodo y grato, como ha sucedido hasta ahora en las fundaciones, siendo lo que, en gran parte, la ha mantenido hasta hoy en nuestra red. «Tener un sentido no tan individual, lo aprendí en el camino y me cuesta separarlo de mí. Siempre pienso mucho en lo que a uno le genera respirar profundo a propósito de San Ignacio y el examen diario de conciencia, al final de la jornada. Terminar el día con la sensación de haber aportado al bien común es impagable», concluye.